Hoy celebramos a Santa Bernardita, (Bernardette Soubirous)
Bernardita de Lourdes (Lourdes, 7 de enero de 1844 – Nevers, 16 de abril de 1879) fue una pastora, mística y religiosa francesa canonizada por la Iglesia católica en 1933. Su festividad se celebra el 16 de abril, aniversario de su muerte. Su cuerpo permanece incorrupto en Nevers.
El 11 de febrero de 1858, y durante seis meses, Bernadette recibió las revelaciones de la Virgen María en la advocación de la Inmaculada Concepción en la pequeña gruta de Masse-Vieille (hoy llamada Massabielle). El lugar estaba conformado por una roca que cubría una gruta alargada, de unos ocho metros de ancho. Aquel jueves 11 de febrero se había terminado la leña en la casa y Bernadette se ofreció para ir a recogerla cuesta abajo, a la vera del torrente Gave, con su hermana Toinette y Juana Abadie, a quien llamaban Baloum. Las tres niñas descendieron hasta Masse-Vieille. Según su relato, Bernadette oyó un fuerte rumor de viento, pero al volverse vio que todo estaba tranquilo y que los árboles no se habían movido. Por segunda vez oyó el mismo rumor, pero entonces en el interior de la gruta vio a una «jovencita» (que en su decimosexta aparición se identificaría como la Inmaculada Concepción). Así narró Bernadette la primera aparición:
En la abertura de una roca, llamada cueva de Masse-Vieille, vi a una joven. Creyendo engañarme, me restregué los ojos; pero alzándolos, vi de nuevo a la joven, que me sonreía y me hacía señas de que me acercase. La mujer vestía túnica blanca con un velo que le cubría la cabeza y llegaba hasta los pies, sobre cada uno de los cuales tenía una rosa amarilla, del mismo color que las cuentas de su rosario. El ceñidor de la túnica era azul. (...) Tuve miedo. Después vi que la joven seguía sonriendo. Eché mano al bolsillo para coger el rosario que siempre llevo conmigo y se me cayó al suelo. Me temblaba la mano. Me arrodillé. Vi que la joven se santiguaba... Hice la señal de la cruz y recé con la joven... Mientras yo rezaba, ella iba pasando las cuentas del rosario (...) Terminado el rosario, me sonrió otra vez. (...) Aquella Señora no me habló hasta la tercera vez.
En la abertura de una roca, llamada cueva de Masse-Vieille, vi a una joven. Creyendo engañarme, me restregué los ojos; pero alzándolos, vi de nuevo a la joven, que me sonreía y me hacía señas de que me acercase. La mujer vestía túnica blanca con un velo que le cubría la cabeza y llegaba hasta los pies, sobre cada uno de los cuales tenía una rosa amarilla, del mismo color que las cuentas de su rosario. El ceñidor de la túnica era azul. (...) Tuve miedo. Después vi que la joven seguía sonriendo. Eché mano al bolsillo para coger el rosario que siempre llevo conmigo y se me cayó al suelo. Me temblaba la mano. Me arrodillé. Vi que la joven se santiguaba... Hice la señal de la cruz y recé con la joven... Mientras yo rezaba, ella iba pasando las cuentas del rosario (...) Terminado el rosario, me sonrió otra vez. (...) Aquella Señora no me habló hasta la tercera vez.
La «joven», a quien Bernadette comenzó llamando «Aquélla» (más precisamente, «Aquerò», que en la normativa estándar actual se expresa como Aquera) y después «Señora» («uo petito damizelo», que en la normativa actual se expresa como ua petita damisela), se le presentaría dieciocho veces. En la tercera aparición, el 18 de febrero, Bernadette le preguntó su nombre. La Señora no se lo dijo de momento y le propuso una cita diaria durante quince días. Del 19 al 24 de febrero tuvieron lugar las apariciones cuarta a octava. La Señora y Bernadette se hablaron en confidencia, mientras las autoridades acusaban a la pequeña joven de perturbar el orden público y la amenazaban con la cárcel. La niña mantuvo una consistente actitud de calma durante los interrogatorios, sin cambiar su historia ni su actitud, ni pretender tener un conocimiento más allá de lo dicho respecto de la visión descrita. Las opiniones de los vecinos de Lourdes estaban divididas. Aquellos vecinos que creían que Bernadette decía la verdad, asumían que la mujer que se le aparecía era la Virgen María. Sin embargo, Bernadette nunca sostuvo en ese tiempo «haber visto a la Virgen», y continuó usando el término «Aquerò».
La aparición del 24 de febrero se focalizó en la necesidad de la plegaria y la penitencia. Según Bernadette, «Aquerò» dijo: «Penitenço... Penitenço... Penitenço» (en la normativa actual, «Penitença... Penitença... Penitença», es decir, «penitencia»).
El 25 de febrero tuvo lugar una de las apariciones más problemáticas ante la presencia de unas 350 personas. Según testificó Bernadette, luego de rezar el rosario la Señora le pidió que bebiera del agua del manantial y que comiera de las plantas que crecían libremente allí. Ella interpretó que debía ir a tomar agua del cercano río Gave y hacia allá se dirigió. Pero la Señora le enseñó con el dedo que escarbara en el suelo. Bernadette cavó en el suelo con las manos desnudas, y ensució su rostro buscando beber donde solo había fango. Intentó «beber» tres veces, infructuosamente. En el cuarto intento, las gotitas estaban más claras y ella las bebió. También comió trozos de algunas de las plantas del lugar. Cuando finalmente tornó hacia la muchedumbre que la observaba, su cara se mostraba manchada con fango, sin que se hubiera revelado manantial alguno. Esto causó mucho escepticismo y fue visto como locura por muchos de los presentes, quienes gritaron: «¡Es un fraude!» y «¡Está loca!», en tanto sus parientes, desconcertados, limpiaban la cara de la adolescente con un pañuelo. Poco después, sin embargo, brotó un manantial de agua que comenzó a fluir del hoyo fangoso cavado por Bernadette.
La gran revelación: «Yo soy la Inmaculada Concepción» Editar
Dominique Peyramale, párroco de Lourdes.
El martes 2 de marzo, «Aquerò» pidió dos cosas a Bernadette: que se hicieran procesiones a la gruta y se construyera allí mismo una capilla en su honor. Acompañada por dos de sus tías, Bernadette acudió al párroco, padre Dominique Peyramale, con el pedido. Peyramale era un hombre inteligente que descreía de visiones y milagros. Edificar una capilla... «Pero, ¿en honor de quién?» preguntaron los prelados a quienes Bernadette refirió el coloquio. La «Señora» le revelaría su identidad en su decimosexta aparición, el 25 de marzo, en términos que Bernadette no comprendió plenamente en un principio: «Yo soy la Inmaculada Concepción» (literalmente, «Qué soï era immaculado councepcioũ», que según la normativa estándar actual se expresa Que soi era immaculada concepción). La revelación sucedió después de más de una hora, durante la cual tuvo lugar el segundo de los llamados «milagros del cirio». Bernadette sostenía un cirio encendido; durante la visión, el cirio se consumía y la llama habría entrado en contacto directo con su piel por más de quince minutos, sin que produjera en ella ningún signo de dolor o daño tisular. Fueron testigos de ello numerosas personas presentes, entre ellas el médico de la ciudad, Dr. Pierre Romaine Dozous, quien tomó el tiempo y posteriormente lo documentó.
Bernadette Soubirous en la gruta de Lourdes en 1863.
Bernadette refirió la revelación de la identidad de «Aquerò» al clero, ante todo al Padre Peyramale —párroco de Lourdes—, y también al abate Pène, al abate Serres, al abate Pomian... Se sucedieron interrogatorios permanentes e incisivos de parte de diferentes autoridades civiles francesas y autoridades eclesiásticas de la Iglesia católica. En efecto, Bernadette poseía poca instrucción, como la mayoría de su pueblo, y las dudas acerca de su capacidad para haber leído o inventado semejantes palabras valieron la atención del sacerdote del lugar.
Tres años antes, el de 8 de diciembre de 1854, la Iglesia católica en la figura del papa Pío IX había explicitado el dogma de la «Inmaculada Concepción» que sostiene la creencia de que la Virgen María, madre de Jesús, a diferencia de todos los demás seres humanos, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia del Señor Dios y en atención a los méritos de Cristo-Jesús. En la aparición, la Señora se presentó con las palabras «Yo soy la Inmaculada Concepción», frase que parece una extensión de la tradición joánica. En efecto, en el Evangelio de Juan, Jesús se presenta con el nombre «Yo soy» (por ejemplo, Juan 8, 24.28.58; Juan 13, 19), al que a menudo completa con un predicado que cualifica su persona y su misión: «Yo soy el pan de vida» (Juan 6, 35.48), «Yo soy la luz del mundo» (Juan 8, 12); «Yo soy el buen pastor» (Juan 10, 11.14); «Yo soy la resurrección y la vida» (Juan 11, 25); «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14, 6); «Yo soy la vid verdadera» (Juan 15, 1). Jesús se presentaba así como aquél en quien se realizan los bienes esperados.[5] En Lourdes, María —en seguimiento de la tradición del Evangelista San Juan— se presenta a sí misma como aquella «llena de gracia» en quien, según la Iglesia católica, se realizaron —en atención a Jesucristo— las maravillas de Dios: «Yo soy la Inmaculada Concepción».
El agua del manantial
El manantial de agua encontrado por Bernadette por indicación de la Virgen resultó ser fuente de numerosos hechos extraordinarios. Dicha agua fue analizada por diversos laboratorios independientes, que no encontraron ningún elemento extraño: es agua potable similar a cualquier agua de los Pirineos: si bien posee un alto contenido en sales minerales, no contiene nada fuera de lo ordinario que justifique los milagros que se le atribuyen: la curación de enfermos crónicos, o incluso terminales... De hecho, en Lourdes se puede consultar el archivo de las curaciones.[6] Los estudios son llevados a cabo minuciosamente por «Le Bureau des Constatations Médicales» y «Le Comité Médical International de Lourdes».
La gruta de la Virgen de Lourdes.
El santuario y la talla de la Virgen
En ese lugar se levantó el Santuario de Lourdes donde desde entonces han ocurrido numerosas curaciones inexplicables para la ciencia (ver Repercusiones en la actualidad). La talla de la Virgen colocada desde entonces en la gruta, fue esculpida por el escultor Joseph Hughes Fabisch (1812-1886), profesor de la Academia de las Ciencias, las Artes y las Letras de Lyon, entre fines de 1863 y comienzos de 1864. En referencia a la Virgen, Bernadette solía decir: «Jamás he visto mujer tan hermosa». El artista debió realizar distintas correcciones a su obra, en la que Bernadette no reconocía a la «Señora» de las apariciones. Ya en otras ocasiones, ante los modelos de estatuas sobre los que se le había pedido su opinión, Bernadette había exclamado: «¡Madre mía, cómo se os desfigura!» Cuando vio la imagen terminada que representaba a la Inmaculada Concepción esculpida en mármol de Carrara, Bernadette dijo: «Sí, ésta es hermosa... pero no es Ella». En efecto, la estatua —siguiendo los cánones estéticos de su época más que las indicaciones de Bernadette— no reflejaba la sonrisa, la sencillez, la humildad, la belleza y la naturalidad que Bernadette señalaba tenía la Virgen. De hecho, a Fabisch se le olvidó incluir el rosario de la Virgen, que fue añadido más tarde. Dijo la santa: «Tenía un rosario como el mío», y por eso las primeras estatuas producidas en Lourdes tenían un rosario de 6 decenas como el de santa Brígida que usaba la vidente. A la estatua se le añadió uno de 5 decenas.
«La Inmaculada Madre de Dios se ha aparecido»
Retrato de Bertrand-Sévère Laurence, obispo de Tarbes, realizado en 1860.
El último interrogatorio ante la comisión eclesiástica presidida por Bertrand-Sévère Laurence, obispo de Tarbes, tuvo lugar el 1 de diciembre de 1860. El anciano obispo terminó emocionado, al repetir Bernadette el gesto y las palabras que la Virgen hiciera el 25 de marzo de 1858: «Yo soy la Inmaculada Concepción». El 18 de enero de 1862, el anciano obispo de Tarbes publicó la carta pastoral con la cual declaró que «la Inmaculada Madre de Dios se ha aparecido verdaderamente a Bernadette».
Ingreso al convento de Nevers.
La aparición del 24 de febrero se focalizó en la necesidad de la plegaria y la penitencia. Según Bernadette, «Aquerò» dijo: «Penitenço... Penitenço... Penitenço» (en la normativa actual, «Penitença... Penitença... Penitença», es decir, «penitencia»).
El 25 de febrero tuvo lugar una de las apariciones más problemáticas ante la presencia de unas 350 personas. Según testificó Bernadette, luego de rezar el rosario la Señora le pidió que bebiera del agua del manantial y que comiera de las plantas que crecían libremente allí. Ella interpretó que debía ir a tomar agua del cercano río Gave y hacia allá se dirigió. Pero la Señora le enseñó con el dedo que escarbara en el suelo. Bernadette cavó en el suelo con las manos desnudas, y ensució su rostro buscando beber donde solo había fango. Intentó «beber» tres veces, infructuosamente. En el cuarto intento, las gotitas estaban más claras y ella las bebió. También comió trozos de algunas de las plantas del lugar. Cuando finalmente tornó hacia la muchedumbre que la observaba, su cara se mostraba manchada con fango, sin que se hubiera revelado manantial alguno. Esto causó mucho escepticismo y fue visto como locura por muchos de los presentes, quienes gritaron: «¡Es un fraude!» y «¡Está loca!», en tanto sus parientes, desconcertados, limpiaban la cara de la adolescente con un pañuelo. Poco después, sin embargo, brotó un manantial de agua que comenzó a fluir del hoyo fangoso cavado por Bernadette.
La gran revelación: «Yo soy la Inmaculada Concepción» Editar
Dominique Peyramale, párroco de Lourdes.
El martes 2 de marzo, «Aquerò» pidió dos cosas a Bernadette: que se hicieran procesiones a la gruta y se construyera allí mismo una capilla en su honor. Acompañada por dos de sus tías, Bernadette acudió al párroco, padre Dominique Peyramale, con el pedido. Peyramale era un hombre inteligente que descreía de visiones y milagros. Edificar una capilla... «Pero, ¿en honor de quién?» preguntaron los prelados a quienes Bernadette refirió el coloquio. La «Señora» le revelaría su identidad en su decimosexta aparición, el 25 de marzo, en términos que Bernadette no comprendió plenamente en un principio: «Yo soy la Inmaculada Concepción» (literalmente, «Qué soï era immaculado councepcioũ», que según la normativa estándar actual se expresa Que soi era immaculada concepción). La revelación sucedió después de más de una hora, durante la cual tuvo lugar el segundo de los llamados «milagros del cirio». Bernadette sostenía un cirio encendido; durante la visión, el cirio se consumía y la llama habría entrado en contacto directo con su piel por más de quince minutos, sin que produjera en ella ningún signo de dolor o daño tisular. Fueron testigos de ello numerosas personas presentes, entre ellas el médico de la ciudad, Dr. Pierre Romaine Dozous, quien tomó el tiempo y posteriormente lo documentó.
Bernadette Soubirous en la gruta de Lourdes en 1863.
Bernadette refirió la revelación de la identidad de «Aquerò» al clero, ante todo al Padre Peyramale —párroco de Lourdes—, y también al abate Pène, al abate Serres, al abate Pomian... Se sucedieron interrogatorios permanentes e incisivos de parte de diferentes autoridades civiles francesas y autoridades eclesiásticas de la Iglesia católica. En efecto, Bernadette poseía poca instrucción, como la mayoría de su pueblo, y las dudas acerca de su capacidad para haber leído o inventado semejantes palabras valieron la atención del sacerdote del lugar.
Tres años antes, el de 8 de diciembre de 1854, la Iglesia católica en la figura del papa Pío IX había explicitado el dogma de la «Inmaculada Concepción» que sostiene la creencia de que la Virgen María, madre de Jesús, a diferencia de todos los demás seres humanos, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia del Señor Dios y en atención a los méritos de Cristo-Jesús. En la aparición, la Señora se presentó con las palabras «Yo soy la Inmaculada Concepción», frase que parece una extensión de la tradición joánica. En efecto, en el Evangelio de Juan, Jesús se presenta con el nombre «Yo soy» (por ejemplo, Juan 8, 24.28.58; Juan 13, 19), al que a menudo completa con un predicado que cualifica su persona y su misión: «Yo soy el pan de vida» (Juan 6, 35.48), «Yo soy la luz del mundo» (Juan 8, 12); «Yo soy el buen pastor» (Juan 10, 11.14); «Yo soy la resurrección y la vida» (Juan 11, 25); «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14, 6); «Yo soy la vid verdadera» (Juan 15, 1). Jesús se presentaba así como aquél en quien se realizan los bienes esperados.[5] En Lourdes, María —en seguimiento de la tradición del Evangelista San Juan— se presenta a sí misma como aquella «llena de gracia» en quien, según la Iglesia católica, se realizaron —en atención a Jesucristo— las maravillas de Dios: «Yo soy la Inmaculada Concepción».
El agua del manantial
El manantial de agua encontrado por Bernadette por indicación de la Virgen resultó ser fuente de numerosos hechos extraordinarios. Dicha agua fue analizada por diversos laboratorios independientes, que no encontraron ningún elemento extraño: es agua potable similar a cualquier agua de los Pirineos: si bien posee un alto contenido en sales minerales, no contiene nada fuera de lo ordinario que justifique los milagros que se le atribuyen: la curación de enfermos crónicos, o incluso terminales... De hecho, en Lourdes se puede consultar el archivo de las curaciones.[6] Los estudios son llevados a cabo minuciosamente por «Le Bureau des Constatations Médicales» y «Le Comité Médical International de Lourdes».
La gruta de la Virgen de Lourdes.
El santuario y la talla de la Virgen
En ese lugar se levantó el Santuario de Lourdes donde desde entonces han ocurrido numerosas curaciones inexplicables para la ciencia (ver Repercusiones en la actualidad). La talla de la Virgen colocada desde entonces en la gruta, fue esculpida por el escultor Joseph Hughes Fabisch (1812-1886), profesor de la Academia de las Ciencias, las Artes y las Letras de Lyon, entre fines de 1863 y comienzos de 1864. En referencia a la Virgen, Bernadette solía decir: «Jamás he visto mujer tan hermosa». El artista debió realizar distintas correcciones a su obra, en la que Bernadette no reconocía a la «Señora» de las apariciones. Ya en otras ocasiones, ante los modelos de estatuas sobre los que se le había pedido su opinión, Bernadette había exclamado: «¡Madre mía, cómo se os desfigura!» Cuando vio la imagen terminada que representaba a la Inmaculada Concepción esculpida en mármol de Carrara, Bernadette dijo: «Sí, ésta es hermosa... pero no es Ella». En efecto, la estatua —siguiendo los cánones estéticos de su época más que las indicaciones de Bernadette— no reflejaba la sonrisa, la sencillez, la humildad, la belleza y la naturalidad que Bernadette señalaba tenía la Virgen. De hecho, a Fabisch se le olvidó incluir el rosario de la Virgen, que fue añadido más tarde. Dijo la santa: «Tenía un rosario como el mío», y por eso las primeras estatuas producidas en Lourdes tenían un rosario de 6 decenas como el de santa Brígida que usaba la vidente. A la estatua se le añadió uno de 5 decenas.
«La Inmaculada Madre de Dios se ha aparecido»
Retrato de Bertrand-Sévère Laurence, obispo de Tarbes, realizado en 1860.
El último interrogatorio ante la comisión eclesiástica presidida por Bertrand-Sévère Laurence, obispo de Tarbes, tuvo lugar el 1 de diciembre de 1860. El anciano obispo terminó emocionado, al repetir Bernadette el gesto y las palabras que la Virgen hiciera el 25 de marzo de 1858: «Yo soy la Inmaculada Concepción». El 18 de enero de 1862, el anciano obispo de Tarbes publicó la carta pastoral con la cual declaró que «la Inmaculada Madre de Dios se ha aparecido verdaderamente a Bernadette».
Ingreso al convento de Nevers.
Tras las apariciones, a partir del 15 de julio de 1860, Bernadette fue acogida en el hospicio por las religiosas Hermanas de la Caridad de Nevers. Bernadette dejó la casa y permaneció como enferma dos años entre ellas (1861 y 1862). En agosto de 1864 solicitó ser admitida en la Comunidad de Hermanas de la Caridad de Nevers y en julio de 1866 comenzó su noviciado en dicha congregación. En septiembre de 1866, el asma del que siempre había padecido se agravó. El 25 de octubre recibió la unción de los enfermos y, al agravarse la enfermedad, pronunció los votos in articulo mortis. Sus fuerzas estaban al límite de modo que, al no poder pronunciar la fórmula, Mons. Forcade la pronunció en nombre de ella. En 1867 se recobró, y el 30 de octubre de ese año hizo su profesión religiosa de las manos de Mons. Forcade.
Estadía con las Hermanas de la Caridad de Nevers
La escena de su profesión religiosa, concertada con la superiora, madre Josefina Imben, se hizo famosa. Mientras que todas las novicias, después de la profesión, recibieron el crucifijo, el libro de las constituciones y la carta de obediencia, Bernadetta no recibió nada. La madre Josefina dijo, explicándose: «No hace nada bien». Entre las monjas, Bernada sufrió no sólo por su mala salud, sino también a causa de que la superiora no creía ni en sus visiones ni en sus dolencias. Desde octubre de 1875, la historia de Bernadette se confunde con la historia de sus enfermedades. La joven Bernarda cojeaba, y fue reprendida varias veces. Incluso la priora no la dejaba salir de su celda, pues decía que quería llamar la atención. En diciembre de 1877, se vio precisada de guardar cama por dolores en una rodilla. En febrero de 1878, tuvo una recaída de asma y sufrió vómitos de sangre. A partir de diciembre de 1878 permaneció definitivamente en cama. La realidad era muy otra de la que suponía la madre superiora: Bernarda sufría de un tumor en su pierna, más concretamente, de tuberculosis ósea diagnosticada en último estadio, extremadamente dolorosa. No por ello había cejado en su trabajo: se había dedicado a ser enfermera y sacristana durante los nueve años que compartió con las hermanas de la Congregación, hasta que no pudo más por los agudos ataques de asma y la enfermedad que padecía.
Muerte e incorruptibilidad de su cadáver.
Poco tiempo antes de morir, llegó un obispo que iba camino de Roma. Bernada escribió una carta al papa para que le enviara una bendición. El obispo llevó la carta a Roma y, al regresar de la Santa Sede, le trajo a Bernada una especial bendición de León XIII y un crucifijo de plata que le enviaba de regalo; era el 15 de abril de 1879. Toda esa semana, Bernarda había sufrido mucho, por las llagas de decúbito. Al día siguiente, el 16 de abril de 1879, con apenas 35 años, murió a las 15.15 horas. Sus últimas palabras fueron: «La he visto otra vez... ¡Qué hermosa es! Madre, ruega por mí que soy pecadora».
Los funerales de Bernadette fueron notables. Las palabras que corrieron en boca de todos fueron: «La santa ha muerto». Inhumada en la capilla de San José de la casa madre, asistió una inmensa muchedumbre llegada de toda Francia.
Detalle del rostro y manos incorruptos de Bernadette.
El proceso diocesano sobre la heroicidad de sus virtudes se abrió el 20 de agosto de 1908. El 2 de septiembre de 1909, su cadáver fue desenterrado y hallado en perfecto estado de conservación; no obstante, el crucifijo y rosario que llevaba en las manos se encontraron cubiertos de óxido. El 25 de agosto de 1913, Pío X inició el proceso de beatificación en Roma que, retrasado por la Primera Guerra Mundial, se reanudó el 17 de septiembre de 1917. El 14 de junio de 1925, Pío XI proclamó beata a Bernadette.
Cuerpo incorrupto de Bernadette Soubirous.
En el año de su beatificación se realizó una segunda exhumación del cuerpo que seguía sin descomponerse (incorrupto), aunque con manchas y decoloración en la piel, probablemente como resultado de su exposición al aire durante los cuarenta y seis años posteriores a su entierro. Por ello, con un molde del rostro y fotos de la religiosa, la empresa de Pierre Imans fabricó tenues cubiertas de cera para el rostro y las manos que le fueron colocadas antes de su traslado al convento de Nevers el 25 de junio. Luego el cuerpo fue ubicado en la capilla que hoy lleva su nombre, perteneciente al antiguo convento de San Gildard de Nevers, y depositado en un relicario de cristal, donde es objeto de visitas y peregrinaciones hasta hoy.
Canonización
Finalmente, el 8 de diciembre de 1933, durante el Año Santo de la Redención y Jubileo extraordinario, Pío XI proclamó «santa» a Bernadette Soubirous, la hija del pobre molinero de Boly. El texto solemne de la canonización pronunciado por el papa fue:
«En honor de la Santísima e indivisible Trinidad, para la exaltación de la fe católica y para el incremento de la religión cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y la Nuestra, después de madura deliberación y habiendo implorado la ayuda divina, el parecer de nuestros venerables hermanos los cardenales de la santa Iglesia romana, los patriarcas, los arzobispos y obispos, declaramos y definimos santa a la beata María Bernarda Soubirous y la inscribimos en el catálogo de los santos, estableciendo que su memoria será piadosamente celebrada todos los años en la Iglesia universal el 16 de abril, día de su nacimiento para el cielo».
Pío XI
Fuente: Wikipedia.
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